Hace ya algún tiempo maté un gato, harán quizás unos diez años de eso. Fue en una de las primeras historias que escribí del Señor Zeta, esta ocurría en su exilio en el amanecer de un año nuevo. Como siempre, escribía sin saber dónde iba a terminar todo y qué o quién aparecería con el siguiente trazo del lápiz. Siempre me ha gustado escribir con lápices, ese extremo rojo y gomoso es lo opuesto a la tecla Enter que es su punta.
Volviendo al felino en cuestión, éste (su recuerdo de gato muerto que yace entre las hojas y líneas de un cuaderno verde que extravié) apareció mientras trataba de conciliar el sueño hace unas pocas noches. Saben, esa hora donde la inmediatez del Twitter cesa, dejando frente a nosotros timelines estáticos, sacudidos cada tanto por esos que asoman sus cabezas de tuits insomnes. (No sé que me hizo recordarlo y preguntarme por el cuaderno donde vivió su vida de tres cuartillas). El Señor Zeta lo encontró al fumarse su primer porro de ese año nuevo que no ha llegado, mientras comía el único ratón que conoció su estómago de grafito.
Se me hace imposible no recordar el tigre que decía Borges cruzaba la visión de sus escritos, y que al final de sus días, cruzaba solo su memoria y la voz de María Kodama. Así (Pero en sentido inverso y sin la Kodama) se nos apareció este gato a mí y al Señor Zeta. Primero lo escuchamos detrás de unos arbustos, y unas cuantas líneas después vimos su blanca facha. Sí, recuerdo que era blanco, muy blanco, y que relamía sus bigotes de asesino satisfecho.
Recuerdo mi cuaderno verde, recuerdo la primera mañana de ese año que no ha llegado, recuerdo el cadáver del gato rodeado de niños y de hormigas, mientras el Señor Zeta pasaba a su lado pensando que quizá vio la última comida de un gato blanco que ya no lo era tanto (Ni gato, ni blanco). Recuerdo todo eso además de tantas cosas que no le interesan a nadie. Hace unas pocas noches recordé que ahí, entre apuntes y problemas que en algún momento me importaron, está el cadáver no tan blanco de ese gato hecho de letras.
Solo me queda escribir lo que he escuchado tantas veces: «Nadie es dueño de un gato» (Así guardes su cuerpo muerto entre las hojas de un viejo cuaderno de Termodinámica y lo evoques tiempo después en un Blog que nadie lee).
P.D: Aún no recuerdo donde dejé mi cuaderno verde.
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