Cerró los ojos, sabiendo de antemano que no haría ningún tipo de diferencia. Su mano fue palpando cada uno de sus rasgos, la textura de su cabello, la forma de sus orejas, su barba de varios días. Sintió sus labios y el pausado ritmo de su respiración. Recordó las noches de insomnio en las que imaginaba su rostro, mientras en la calle, las sirenas interrumpían cada tanto su imagen táctil. La recordó a ella. Recordó sus manos y su voz, esas que tantas veces le dibujaron su rostro y su cuerpo. Recordó la llamada que le decía que no era único. Esa voz que le dijo que un cuerpo como el suyo agonizaba en una cama. Recordó cuando supo que los espejos no le dirían nada a un ciego como él.
Prometió aprenderse cada uno de sus rasgos ahora que podía tocarse sin la distorsión que significaba palparse con su propia mano. Pensó que ser gemelo era la cosa menos original del mundo, mientras a sus oídos llegaba el ruido lejano de una sirena. Y fue ahí, en ese instante, cuando todo se fundió. Fue ese cuerpo como el suyo que moría rápidamente, fue ése que imaginó en las noches de insomnio, fue todas y cada una de las palabras que ella dibujó con su voz. Fue ella cuando tocaba su rostro por última vez antes de irse para siempre. Fue ambos lados del espejo...
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