Fumaba con los ojos cerrados sobre un grupo que rocas que hubiesen bastado para lapidar a tres personas de buena salud. El aire ya no era era tibio. Levantó la cabeza y la poca luz de la tarde le mostró el árbol de siempre. Junto a él, la caja de cigarrillos y una pequeña libreta. De su bolsillo derecho sacó un par de hebras de hilo, sostuvo ambas a un brazo de distancia de sus ojos y notó que aún podía distinguir una de la otra; aún faltaba para el sabbath.
Lanzó su última colilla. El nudo estaba listo.
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